reflexión para el día a día – Homo novus
El flujo continuo de la experiencia artística tiene un punto de inflexión histórico concreto en 1905, donde se evidencia el principio del resquebrajamiento conceptual del arte; del objeto artístico. ¿Qué hay de interesante y moderno en un bodegón de este año? ¿Quién es Cézanne y qué es lo que mira con tanto detenimiento y esquematismo?
El presente, de ese tiempo, estaba profundamente marcado por las palabras de un poeta que construyó un discurso y una mirada intelectual que definiría a los primeros integrantes de un movimiento sincero y luminoso, pero que; bajo los ojos encorsetados de la academia francesa de bellas artes, no serían más que intentos fallidos de unos individuos “infantiles” de romper el establishment y querer entrometerse en el Salón de París.
Charles Baudelaire escribiría en “el pintor de la vida moderna” (1863) la base de una nueva mirada que la redirigiría al placer de representar el presente; que no sólo se definiría bajo la bella compostura de lo que lo rodea, sino también bajo el dinamismo y la fugacidad que le pertenecen. El artista entonces se convierte en el “hombre de la multitud”, en un convaleciente: “que disfruta en el más alto grado, como el niño, de la facultad de interesarse vivamente por las cosas, incluso las más triviales en apariencia” (Baudelaire, 1863). Fruto de estas ideas nacen au plain air Manet y un grupo de genuinos inconformistas, parias de la academia, que tuvieron su propio salón de “los rechazados”.
Apoyados en el intelectualismo de Baudelaire, “la búsqueda de lo eterno en la fugacidad del instante” (Baudelaire, 1863), para Pierre-Auguste Renoir, Camille Pissarro, Claude Monet, Edgar Degas y Alfred Sisley se convirtió en pretender reconfigurar la pintura separándola de la representación completamente fidedigna y tradicional. Los impresionistas querían el día a día de la vida metropolitana, y dejar constancia de todo aquello, de cómo la luz del amanecer se entreteje por cada detalle de la cotidianidad, de cómo la bruma fugitiva adormecía los puertos de las ciudades costeras. Y estas expresiones no solamente deben ser contempladas, sino también experimentadas, enfocando el ajetreo de la luz sobre la realidad del mar (“Impresión, sol naciente”, Claude Monet) que desdibuja el puerto y le permite al espectador imaginar la narrativa de un paisaje definido por el agua y el cielo. Otros como Degas preferían la meticulosidad del trabajo en estudio a través de bocetos, dejándonos obras como “Carruaje de Carreras” (ca. 1869-1872) o “La clase de danza” (1874), que bebe de la influencia compositiva de las xilografías japonesas de Hiroshige (Gompertz, 2012). Pero, este París impresionista le reveló a otro gran artista las implicaciones pictóricas de su vivacidad compositiva. Van Gogh viajó a Arlés y en 1888 dejó obras que expresaban lo que tan profundamente sentía (“El sembrador”, “Café nocturno”, “La habitación”).
El color, la composición, los trazos y el significado (“Visión después del sermón: Jacob luchando con el ángel” [1888], Paul Gauguin) desde 1863 hasta 1905 evolucionó y se ramificó, reordenando y empleando paletas de colores que llegaron de tonos sombríos y más fríos (“El bebedor de absenta”, Manet [1858/59] o “El Támesis a su paso por Westminster”, Monet [1879]) hasta las más intensas gamas de color fauvista (“El restaurante de la Machine en Bougival”, Maurice Vlaminck [ca. 1905]). Pero, hubo un artista que fue más allá y dejó un legado que explorarían más profundamente Picasso y Braque, y que marcarían la transformación del objeto artístico.
Cézanne (“el maestro de Aix”) pintó en 1905 un bodegón titulado “Naturaleza muerta con manzanas y melocotones” que, si lo analizamos un poco, vemos como los objetos se encuentra en una doble perspectiva frontal y perpendicular. El jarrón sobre la tela, que la cortina rodea, mantiene la perspectiva tradicional, pero entra en conflicto con uno de los objetos encima de la mesa que discierne en el modo de haber sido pintado. La mesa por lo tanto se encuentra en un espacio que, si siguiera la lógica académica, haría que las frutas se cayeran delante nuestra. Esta mezcla de perspectivas, de convertir el cuadro en un objeto que no se delimita en representar, hace que veamos la naturaleza de las cosas de otra forma, y que todo esto llevaría por lo tanto directamente al cubismo. La realidad pasará a contemplarse en las formas que la dominan, cuadrados, triángulos y círculos que concluirán lógicamente en la totalidad de la abstracción.
Y es que, durante la primera guerra mundial, y con el desarrollo de una escultura mucho más primitivista con Constantin Brâncusi (“Musa dormida”, 1909-1910) y Auguste Rodin (“El beso”, 1901-1904), Marcel Duchamp sigue la línea de Picasso con su “Naturaleza muerta con silla de paja” (1912) e incorpora en su obra materiales que a priori parecían no tener ningún valor, pero que una vez se incluye y se mimetizan con el contexto del material artístico, se eleva el valor espiritual del objeto bajo la directriz del fervor de una obra completa.
La ruptura completa vendrá en 1917 cuando Duchamp decide escoger un urinario y convertirlo en “La fuente”, subrayado conel nombre R. Mutt, un readymade, una escultura, un objeto que se libera de su contexto funcional y se transforma en una obra de arte. Duchamp, se mofa, pero lo aproxima todo a lo que será una redefinición de sus parámetros, y que termina presentando al artista y sus objetos como presentaciones de ideas que: “no tiene otra función más allá de su propia existencia “ (Gompertz, 2012), el arte entonces se define a través del conjunto abierto y volátil de la idea y sus formas, indistinguiéndose en lo material.
Todo lo que vemos hoy en día como algo “natural” del arte, es en muchos sentidos una disonancia a ojos de todo nuestro pasado. Hemos logrado desencorsetar la camisa de fuerza que ataba todo el flujo errático del pensamiento, para que el arte se extienda por todo el cielo y nos embulla en una cálida lluvia casi infinita de ideas tangibles, que nos empapan para florecer en libertad. Vemos, sin que nos demos cuenta, en todas esas manifestaciones (música, teatro, cine, pintura, etc), esa luz que se entremezcla entre todas las nubes: para comprender que el arte puede ser en sí mismo, junto a nosotros, el compuesto primario de nuestra humanidad. Una irruptora desfragmentación que construye y deconstruye, para crear e innovar.
Siempre hacia adelante.
Bibliografía
- Baudelaire, C. (1863). El pintor de la vida moderna. Taurus. (Baudelaire, 1863)
- Gompertz, W (2012). ¿Qué estás mirando? 150 años de Arte Moderno. Taurus. (Gompertz, 2012)
- Ilustración de portada: Kertész, A. (1917). Nadador bajo el agua. Ministère de la cultura, Mediatèque du patrimoine.

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