Nosotros, los miserables (I) – Homo novus
Víctor Hugo era el mejor poniendo títulos. No, en serio. En el momento en el que decide bautizar a su obra más grande no la llama Los Miserables ignorando todos los matices que tiene la palabra. Si lo pensamos, es una voz muy útil para llamar a alguien sinvergüenza o agarrado, ruin o canalla, a la vez que puede referirse a lo más pobre. Sin embargo, es fácil olvidarse de su significado más poético y que es más fiel a su etimología, pues de la misma raíz latina, miser, procede también la palabra misericordia. O lo que es lo mismo, compasión.
Para comprender a qué se refería Víctor Hugo cuando nos cuenta en unas pocas páginas –mi edición tiene 1400– la persecución de Jean Valjean, hemos de remontarnos a ese significado, que tiene un sonido más fraternal y cálido. Compadecerse, lejos de ser un término paternalista, significa padecer con, sufrir con el que sufre. Es lo mismo que ahora denominamos tener empatía: ponerse en la piel del otro y compartir con el desdichado sus penas y cargas. Un miserable no es quien despierta desprecio, sino quien despierta piedad.
Galdós hará algo muy parecido en Misericordia, cuando nos lleva acompañando a la buena de Benina, que se dedica a pedir en las calles para poder dar de comer a su señora. La obra es una radiografía de un Madrid de decadencia.
son sus palabras en el prólogo de la primera edición. Eso es lo que vemos: miseria como pobreza, pero también como desgracia.
Jean Valjean, condenado a quince años por robar pan para su familia, no es el único miserable en este libro. Todos y cada uno de los personajes son miserables de alguna forma, todos han de despertar la misma compasión. Unos sufren pobreza material, otros lo que tienen es pobreza de espíritu. Otros aspiran a construir una patria más justa, que se alinee con el lema de la Revolución, pero también terminan encontrando un final trágico que merece nuestra compasión. Es la degradación de un ideal; miseria en todas sus dimensiones.
Sin embargo, al contrario de lo que muchos han pensado, Los Miserables no es únicamente una obra de denuncia social. Es cierto que eleva la voz ante las injusticias, ante las incoherencias de una sociedad que no perdona a los que más padecen. Es cierto que también recoge un saber casi enciclopédico de historia, filosofía, literatura. Es cierto que incluso podemos usarlo como calzador para el sofá, tanto nos intimidan sus dimensiones. Lo que pasa desapercibido ante un ojo que solo ve un relato epopéyico y de denuncia es que, en realidad, es una fábula sobre la redención.
No es casual que la obra tome como eje las bienaventuranzas: los pobres de espíritu, los que tienen hambre y sed de justicia, los perseguidos… a todos ellos se les prometió la salvación, y ese es el camino de Valjean, de Javert, de Fantine, de Marius y los estudiantes de las barricadas, y de todos los que pueblan esa Francia llena de miserias. Da igual la cruz con la que cargara cada uno porque, al final, todos reciben ese perdón.
Víctor Hugo nos da una lección de amor al prójimo. Puesto que no es culpable de su padecer quien sufre, no hemos de cargarle con la responsabilidad de su miseria, y más cuando es una sociedad injusta la que le impide la dignidad que merece. Ellos ya tienen ganada su salvación, y a nosotros solo nos queda compadecernos, sufrir con ellos y tenderles la mano.
Bibliografía:
Gómez Pérez, R. (2013). Las Constantes Humanas, Madrid: Ediciones Encuentro.
Hugo, Victor. Los Miserables, Madrid: Alianza, ed. María Teresa Gallego Urrutia (2015).
Pérez Galdós, Benito. (1913). Misericordia, Edición digital de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, basada en la edición del Establecimiento Tipográfico de la Viuda e Hijos de Tello (Madrid, 1897).

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