De Tik Tok al Prado – Homo novus
Deslizando hacia abajo, muchas veces podemos encontrarnos, de casualidad, algunos vídeos curiosos de cómo la gente dibuja, pinta o canta, en una especie de orden espontáneo de memes, gatitos y, seguramente, algún que otro influencer.
Se hacen fan arts, esculturas de alambres, collages con basura, pinturas ultrarealistas, fotografías de calles, skins de videojuegos, y un larguísimo etcétera que, en definitiva, nos permiten adentrarnos en los largos y tediosos procesos de la producción artística desde sus comienzos más artesanales hasta el clímax ascensional que trae al espíritu humano.
En Instagram podéis encontrar perfiles de “Daily Dose Art”, que son casi como píldoras que cada uno de nosotros podemos tomar para ver cómo muchos artistas crean con diferentes materiales. Yo, sin embargo, hoy destacaré todo lo que tenga que ver con las imágenes, tanto digitales como físicas, porque nos encaminan hacia los hermosos valles que los museos encierran dentro de sí mismos.
Hay, en general, una tendencia hacia el realismo que nos acerca a los grandes maestros de la pintura, lo cual también evidencia que aun en un mismo formato de estructuras parecidas para ordenar los espacios dibujados, se originan microcosmos de maneras individuales de percibir el mundo. Es decir, hay rasgos que todos comparten que vienen desde el siglo XV: las perspectivas geométricas, el desarrollo de los volúmenes, las posturas, el dinamismo de la luz, los focos, etc. Estos vienen determinados por el estudio metódico de los componentes de la realidad, que viene asociado al profundo cambio de mentalidad que el Renacimiento manifiesta y que, hoy en día, los vemos como las materias básicas en la formación de cualquier artista. Es natural que lo que más podemos encontrar sean esbozos amateurs y trabajos mucho más esquemáticos, ya que cualquier artista debe ser capaz de dominar la técnica: el arte de dibujar, de esculpir, de armonizar o de bailar; no por cuestiones academicistas, sino porque desemboca en hacer a una persona capaz de dominar sus creaciones, así pues, un verdadero creador libre de cualquier obstáculo e impedimento técnico. Porque si sólo fuera capaz de hacer rayajos sin sentido, simplemente sería alguien atrapado en el indómito maremágnum del proceso creativo.
Poder ver cómo tantísima gente hoy en día trata de hacer de la técnica algo suyo es muy interesante, porque desarrolla la idea de que la realidad que todos componen termina orbitando alrededor de las ideas que integran la mentalidad de cada uno de los artistas, y que termina con obras completamente únicas y diferentes. Por eso, en el Prado o en cualquier otro museo, podéis ver que hay miles y miles de “Adán y Eva”, de “la Anunciación”, de flores o de jardines del paraíso. Porque cada pintor, habiendo ya dominado lo técnico, puede alterar la visión del mundo, puede innovar en los conceptos de las líneas, de los desgarros, de los tratamientos de la luz, e incluso en la forma en la que se representan las caras de algunos reyes como hace Goya, o como veremos en Turner.
Ahora bien, una vez dominados los componentes que dan pulso y vida a las obras artísticas, que emplean los mismos versos que nuestro día a día recita, o cuando comienzan a surgir tecnologías capaces de hacer lo mismo mucho más fidedignamente, ¿qué queda más allá de lo real para los artistas?
Siguiendo la estela de Francisco de Goya, tenemos una obra que casi te acerca al plano de la abstracción, pero que se mantiene aún ligado a lo tangible gracias al mejor amigo del hombre: un perro.
Sobre las fechas de este cuadro (1820-1823), hay otro gran artista que también comienza a hacer algo parecido, aunque de manera mucho más consciente, y que también mantiene un solo elemento que separa el cuadro de la más pura abstracción. Estoy hablando de J. M. W. Turner, o simplemente William Turner, que en la madrugada de 1819 pintaba la “Vista hacia el oriente desde la Giudecca” (Ilustración 5), en cuyos trazos vemos los esbozos de un pequeño puerto y una ciudad aún desfigurada que se entremezcla en la bruma mañanera que asola el propio espacio, confiriendo a la acuarela un sentido de unidad en tanto lo que lo domina todo: ese sentido de inmanente resplandor y despertar.
En general, William Turner estudia con la acuarela los colores y la composición de los paisajes. Por todo esto, quiero que miréis lo que en esta época sigue haciendo, y que podremos ver en otros autores casi 150 años después.
William Turner, ya habiendo dominado la técnica al más alto nivel como demuestra con su “Naufragio” (1805) o su “Muelle en Calais” (1803), se adentra casi en un tránsito espiritual de lo que compone el color. Por eso mismo, sus paisajes posteriores se centran en desarrollar lo que sus estudios le hacen entender del mundo y que hará del propio color un nuevo paisaje. Un paisaje en el que, además, el tiempo, el movimiento y lo material casi entran en una lucha constante por sobreponerse a los demás, por querer sobrevivir y alzar un grito al cielo, casi exclamando: “¡Yo existo!”, y donde si, por ejemplo, le añadiéramos cierto estructuralismo geométrico, nos dejarían un Rothko (1963).
En esta última comparativa podéis ver cómo ambas pinturas son absolutamente diferentes, en el sentido en que el propio artista las entiende y en cómo debemos comprenderlas; incluso me gustaría plantearos la pregunta de si las dos son en verdad el mismo paisaje, o si, por el contrario, no tienen nada que ver.
En el día a día, las redes sociales son un bonito camino por donde se hilan todas las corrientes de la historia, donde los realismos, fauvismos, e incluso suprematismos conviven en una armonía integradora que debiera de ser lo cotidiano. Sin darnos cuenta, podemos pasar de un paisajismo estructuralista al esbozo de un niño de un país remoto, cuya madre sube a su perfil de Pinterest sus precoces intentos de pintar. Lo único que podemos hacer para que todo siga fluyendo es compartir arte, para poder dar voz a todos aquellos que creamos que luchan, que divierten o que filosofan, por dar cierta luz a la penumbra que de vez en cuando nos asola.
Nunca olvidéis que, entre todos, podemos ayudar a crecer a quienes lo necesitan y a quienes creamos que lo valen.
Bibliografía:
- BOCKEMÜHL, Michael. (2005). Turner. Editorial Taschen, Köln.
- COMA-CROS, D. – TELLO, A., Historia del arte: El renacimiento (1) (El Quattrocento), Madrid, Salvat, 2006.
Anexo de imágenes:
Imagen de portada) Fan art anónimo, extraído de este enlace.

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