Abramovic – Homo novus
Decía Jacques Copeaue que el artista que más sacrifica su persona es el actor. Persona que nos ofrece en sí misma su propia creación, en cuerpo y alma, sin intermediarios y como materia de instrumento: carne del misterio que ejerce sus facultades naturales para un uso fantástico, que escapa de la escena porque tiene que venir de otro mundo (Jaques Copeau, 1999).
Generalmente, ese mundo hay que prepararlo, y Marina Abramovic es la vida que se proyecta fuera de todas las páginas. No se la puede ver como una actriz, no podemos ver en ella algo que funcione porque esté en un museo o en una galería, en un teatro o dirigida por sus propias restricciones argumentales. Precisamente, por borrar los marcos y los límites de la propia materia del arte es por lo que podemos comprender sus obras.
La performance es la contraposición directa a la mirada pasiva y contemplativa que generalmente proyectamos sobre las obras artísticas. Es el arte de la acción, de lo “intrínseco al ser humano” y, por ello, “es imposible que muera” (Marina Abramovic, 2018).
De mirada fría y afilada como un cuchillo, Abramovic nació el 30 de Noviembre de 1946 en la ciudad de Belgrado. El régimen comunista del mariscal Tito, la inestabilidad que generaban los conflictos paternos y la espiritualidad que respiraba bajo el amparo de su abuela se entremezclaban para formar una estricta vida contra la que terminó por revelarse. Se graduó con 24 años en la academia de Bellas Artes de Belgrado y sus estudios de posgrado fueron en Zagreb entre 1973 y 1975. Finalmente, en 1976, con 29 años, se marchó a Ámsterdam, donde experimentó una plena libertad que le pareció un infierno (Abramovich, 2018).
Es difícil saber qué hacer con tanta amplitud de posibilidades; solo en el profundo y continuo explorar de los errores es como relata que aprendió a descubrir y a conquistar el espíritu curioso que la libertad emana, reinventándose a sí misma en una continua transformación de su energía.
Es ese espíritu divino en el que tanto cree Abramovic: una elevación mística que el budismo considera a través del propio flujo que une todas las cosas. Es una visión que forma un “todo”; una visión global que, armónicamente, nos puede elevar mucho más allá de lo material. Con esta filosofía es con la que Abramovic se convierte en una especialista en crear atmósferas; hace que la audiencia experimente un “absoluto” a través del dolor, del silencio, y de la violencia.
Veinte cuchillos, dos grabadoras de sonido y ella misma se presentaban sobre un espacio en blanco. Estos elementos protagonizaban, en 1973, un maquiavélico juego en el que ella estiraba la mano para golpear entre cada uno de sus dedos la punta del rítmico cuchillo que sujetaba con la otra. Cada vez que se cortara, cambiaría de cuchillo, hasta que se terminara la primera cinta. Se pondría, por último, a grabar con la segunda mientras reproduce la primera, y repetiría los “errores” que cometió, sincrónicamente, hasta terminarla y marcharse. ¿Qué es lo que estamos viendo?
Abramovic presenta al público lo que es capaz de hacer. Ella piensa que debemos enfrentarnos siempre al miedo, que somos más fuertes de lo que parecemos, y que solo al comprender el dolor te puedes liberar de ese miedo. Así, lo demuestra con unas acciones que solo caben en la performance.
Por eso, no le importa repetir los “errores” del pasado, y es entonces cuando en última instancia “convierte su piel en el lienzo, la sangre en el color y el cuchillo en instrumento” (Abramovic, 2018).
La automutilación se transforma en un mensaje, con un cuerpo vivo y consciente de todo el proceso, que se hace indistinguible de cualquier otra obra que hable de lo mismo. Es el viejo proceso de catarsis que los antiguos también exploraron.
La prolífica producción artística de Abramovic, tanto en solitario como en pareja, es su vida entera. Ella misma permanece en constante camino, en un andar sin rumbo que la condena de la libertad provoca. La serie de “Rhythm”, “Lips of Thomas” en Austria, “The Other” o “The Lovers” (Ilustración 4) con Uwe Laysiepen, son diferentes ejemplos que trabajan los cambios personales y psicológicos de la artista, que, con todo ello, nos introduce en el espíritu mismo del arte. Una performance perpetua que nos ofrece visiones, meditaciones y sentimientos, los cuales conforman el cosmos que la propia humanidad genera dentro de sí misma.
Las performances son la presencia absoluta del tiempo, de los cambios en él y de lo eterno en nosotros. Cuando las miremos pensemos en pinceladas, en melodías, en martillazos, en colores o en palabras, porque es la manifestación sincrónica de las artes.
Imagen de Portada: Abramovic, M. (1973). Rhythm 10. Festival de Edimburgo. Extraída de este enlace
Bibliografía
- Diderot, D. (1830). Estudio preliminar de Jacques Copeau (1999) en: La paradoja del comediante. Elaleph. (Jaques Copeau, 1999).
- Cué, E. (2018). Citas textuales de Marina Abramovic en: Marina Abramovic: “El arte es intrínseco al ser humano, es imposible que muera”. ABC. (Abramovic, 2018).
- Goldberg, R. (1960). Performance Art. Ediciones Destino (1996), Barcelona. (Golberg, 1996).
- Iglesias Lodares, G. (2011). Marina Abramovic, vida y muerte de la mujer-arte en: Activarte, revista independiente de arte, teoría de las artes, pedagogía y nuevas tecnologías. Instituto Superior de Arte, Madrid. Número 4 (2011), pp. 70-76.
- Abramovic, M. (1973). Rhythm 10 recogido en: Medien Kunst Netz. (Revisado el 28/09/2021). http://www.medienkunstnetz.de/works/rhythm-10-2/
- Kim, H. (2010). Listening to Marina Abramovic: Rhtythm 10. Department of Publications, Museum of Modern Art. (Revisado el 28/09/2021). https://www.moma.org/explore/inside_out/2010/03/24/listening-to-marina-abramovic-rhythm-10/

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